Intel, la empresa que “se olvidó de innovar”

Mientras millones de jóvenes inconformistas tomaban las calles de Europa y Estados Unidos contra la guerra de Vietnam y el sistema capitalista, en Palo Alto se gestaba otra revolución de la que nacería, en ese mismo año 1968, una compañía llamada Integrated Electronics, más tarde conocida como Intel Corporation. Sus fundadores, Bob Noyce y Gordon Moore, creían que el mundo necesitaría billones y billones de esos minúsculos transistores que viajan en las tripas de los dispositivos electrónicos. Y se pusieron manos a la obra. “Su sueño no era acabar con el orden establecido, sino rehacerlo”, señala el historiador norteamericano Chris Miller en su obra La guerra de los chips (Península, 2023), la radiografía del sector más completa escrita hasta hoy.

La firma creció y creció, mientras Moore sacaba pecho de su progresión ante los medios de comunicación. “Nosotros somos los verdaderos revolucionarios del mundo de hoy, no los chicos de pelo largo y barba que destrozaban las escuelas hace unos años”, dijo a un periodista en 1973. Para entonces, Intel ya llevaba dos años cotizando en la Bolsa estadounidense, a la que salió a un precio de 23,50 dólares, equivalentes a dos centavos hoy según la compañía, debido a los 13 splits que ha llevado a cabo en este medio siglo.

En su mejor momento, en el año 2000, la cotización de la empresa rebasó los 70 dólares, pero el cambio de siglo no le sentó nada bien. La burbuja puntocom pinchó, y la Gran Recesión dio la puntilla, llevando los títulos por debajo de los 13 dólares en 2009. Su dominio era claro en el mercado de los ordenadores personales y centros de datos, pero los avances tecnológicos han ido dejándola atrás pese a sus inversiones multimillonarias para mantener su posición de casi monopolio (o duopolio, de la mano de AMD) que marcó el cambio de siglo. La neerlandesa ASML se convirtió en el gran fabricante mundial de máquinas de litografía, imprescindibles para crear microprocesadores de última generación. Intel se ha topado, así, con la durísima competencia de firmas como la taiwanesa TSMC o la coreana Samsung, así como de otras firmas especializadas en hardware para teléfonos móviles, mercado que ha crecido a medida que languidecían las ventas de PCs. Ahora, Nvidia se ha hecho con el mando de los chips para inteligencia artificial, y su producto es indispensable para la carga de computación en la nube que la nueva tecnología requiere.

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Los inversores han encumbrado a las empresas de chips. ASML ocupa el segundo puesto en el índice Eurostoxx 50, con más de 350.000 millones de euros de capitalización, solo por detrás de la francesa LVMH. Y Nvidia se ha convertido en el gran fenómeno bursátil del año, escalando a la tercera plaza de las empresas más valoradas del mundo, con más de dos billones, tras superar a Meta primero, y Amazon después, y solo por detrás de Microsoft y Apple. “Los semiconductores quizá sean para el siglo XXI lo que el petróleo fue para el XX”, escribió Lawrence H. Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos. Y tal vez se cumpla.

En medio de este bum, Intel no ha hecho más que perder posiciones. Su capitalización, por debajo de los 200.000 millones de dólares, es inferior a la de rivales a los que antes superaba, como AMD, y similar a la de Qualcomm y Texas Instruments. Fuera de EE.UU., el fabricante taiwanés TSMC, valorado en más de 700.000 millones, también está muy por delante.

Rezagada

¿Qué ha pasado? Miller titula de la siguiente forma uno de los capítulos de su libro: “Cómo se le olvidó innovar a Intel”. En él, relata la lista de trenes perdidos. El más importante, el de la inteligencia artificial, que le ha dejado en una posición vulnerable, dado el estancamiento del mercado de los ordenadores personales. Los chips de IA comprados masivamente por tecnológicas como Amazon, Google, Facebook o Microsoft, entre otras muchas, son más rápidos, gastan menos energía, y ocupan menos espacio. Y el proveedor que se ha hecho con el mercado es Nvidia, acabando con décadas de dominio de Intel en los centros de datos.

También ha ido con retraso respecto a TSMC o Samsung en sus intentos por reducir el tamaño de sus chips, clave para seguir siendo competitiva en una industria que trabaja con productos microscópicos que se miden en nanómetros.

La última mala noticia para Intel llegó la semana pasada, cuando China anunció que prohibía a los miembros de su gobierno utilizar PCs con procesadores Intel y AMD, así como el uso de Windows. Pero también hay motivos para el optimismo: la compañía se beneficiará de cuantiosas ayudas de los multimillonarios planes de subvenciones del Gobierno de EE.UU. y la Unión Europea para reducir la dependencia de los chips asiáticos. Y el mes pasado desveló que espera ser capaz de fabricar chips de 1 nanómetro a finales de 2027.

De perseguida a perseguidora, su condición de rezagada también puede interpretarse como una oportunidad a futuro: si la empresa que un día fue pionera en Silicon Valley es capaz de arañar parte del mercado de la IA a Nvidia, su potencial es amplio. No hay garantías que vaya a suceder.

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Capafons & Cia. S.L.