¿Quieres resultados? Debes asumir riesgos
El cierre del año natural suele ser un momento de reflexión para quienes participamos en los mercados financieros. Y casi siempre llegamos a la misma conclusión: ha sido un año desafiante, y el próximo se perfila nuevamente lleno de incertidumbres.
Este 2024 no es una excepción. Al repasar las experiencias recientes, intento recordar algún año que se haya afrontado con optimismo y tranquilidad, pero la verdad es que no consigo encontrar uno. Este año, en particular, presenta un contraste notable: pese a los excelentes resultados de la mayoría de los índices bursátiles, el control de la inflación que ha permitido a los bancos centrales iniciar una serie de recortes en las tasas de interés en el mundo desarrollado, y una actividad económica mejor de lo previsto por muchas instituciones internacionales, la sensación general no es de un año sencillo para los inversores.
La lista de posibles riesgos financieros latentes sigue siendo extensa, y medir el impacto de cada uno es siempre complejo. Entre ellos se destacan: bolsas que parecen sobrevaloradas, niveles preocupantes de deuda pública (y en algunos casos, privada) en los países desarrollados, un elevado volumen de operaciones corporativas en empresas no cotizadas, la incertidumbre sobre si China retomará una senda de crecimiento sostenido, y los problemas estructurales señalados en el reciente informe de Mario Draghi, que advierten sobre una pérdida de competitividad en Europa que podría derivar en un empobrecimiento generalizado.
Desde mi perspectiva, el nivel de valoración implícita alcanzado por las bolsas es un factor que podría tener un impacto significativo en los inversores y ahorradores con horizontes de mediano y largo plazo. Esto podría generar una percepción de riesgo que, aunque a veces exagerada, no deja de ser preocupante.
Un síntoma clásico de una posible burbuja bursátil es el exceso de precios de las compañías cotizadas en relación con los beneficios que generan. La métrica más utilizada para identificar este fenómeno es el PER (Price-to-Earnings Ratio), que mide la relación entre el precio de una acción y los beneficios de la empresa. Este indicador también se aplica a los índices bursátiles, permitiendo a los analistas comparar los datos actuales con las tendencias históricas. Estos índices pueden estar ponderados por la capitalización bursátil de las compañías que los integran, o ser equiponderados, asignando el mismo peso a cada una de las empresas que los componen.
La complejidad de estos análisis y los riesgos subyacentes refuerzan la idea de que, aunque haya avances en muchos frentes, el panorama financiero sigue siendo todo menos sencillo.
Los datos cuantitativos, como el PER (Price-to-Earnings Ratio), son ampliamente utilizados para analizar los principales índices bursátiles. Sin embargo, su interpretación requiere un análisis cualitativo complementario para evitar conclusiones precipitadas. Las valoraciones basadas en esta métrica deben contextualizarse considerando factores adicionales como los tipos de interés, la inflación y los impuestos. Asimismo, es esencial examinar la composición de los índices, ya que las ratios varían significativamente según los sectores, la naturaleza de los negocios, sus necesidades de capital y la previsibilidad de sus beneficios.
En el presente ejercicio, los retornos de los índices de renta variable han sido excepcionales, continuando una tendencia positiva desde la recuperación tras la Gran Crisis Financiera (2008-2011). Como ejemplo, desde 2011, el S&P 500 ha registrado un retorno anualizado del 14,5% frente al 9,3% en beneficios, mientras que el Nasdaq 100 ha alcanzado el 19,1% y el 14,9%, respectivamente. En contraste, los principales índices europeos han mostrado cifras significativamente más moderadas.
El notable desempeño de la Bolsa estadounidense en el sector tecnológico durante los últimos 15 años ha transformado la composición de los índices y, por ende, su revalorización. Esto ha generado una divergencia entre los índices ponderados por capitalización, como el S&P 500, y los equiponderados, como el Russell 2000. Desde noviembre de 2009, el S&P 500 ha superado al Russell 2000 con un retorno anualizado adicional del 2,9%, cifra que asciende al 5,8% desde el inicio de la pandemia de COVID-19. Este fenómeno refleja el creciente peso y momento del sector tecnológico en el S&P 500, como se observa claramente en los datos adjuntos.
La transformación digital y las revoluciones en áreas como la inteligencia artificial, biotecnología y ciberseguridad han impulsado significativamente los índices bursátiles. Sin embargo, este crecimiento no debe confundirse con una burbuja sin fundamentos, ya que está respaldado por un sólido crecimiento de beneficios. Además, las transformaciones económicas han fomentado un mayor dinamismo empresarial, con un aumento en las operaciones de fusiones, adquisiciones e, incluso, desapariciones.
A diferencia de la burbuja tecnológica de 2000, las compañías que lideran los índices actuales generan beneficios significativos, cuentan con franquicias sólidas, destacan por sus retornos sobre el capital y tienen una notable capacidad para generar flujo de caja libre. Esto marca una diferencia crucial con respecto al año 2000 y sugiere que muchas comparaciones alarmistas entre ambas épocas carecen de fundamento.
Como mencionamos al inicio, el mundo financiero enfrenta constantemente nuevos desafíos porque el mundo real también lo hace. A pesar de los riesgos inherentes, los inversores particulares hoy disponen de un marco regulatorio sólido, herramientas de inversión competitivas y transparentes, y servicios más eficientes que nunca. No permitamos que el miedo paralice nuestras decisiones; enfoquémonos en invertir nuestro ahorro de manera adecuada, porque hacerlo no solo beneficia a cada uno de nosotros, sino también a la sociedad en su conjunto.